No conocía a Alejandro, pero Jorge -un amigo en común- nos puso en contacto. Alejandro estaba recorriendo Rusia de San Petersburgo a Vladikavkaz (o quizás más al sur, no lo recuerdo) y yo visitaba el país esa vez, en invierno.
Como buen chileno, llegué media hora tarde al encuentro que, según acordamos, sería en la entrada al mausoleo de Lenin.
Ahí Alejandro me comentó que su objetivo de la visita a Rusia -la cual se extendería por 45 días- era recorrer el país en el marco de una novela histórica que estaba escribiendo, cuya trama tenía como telón de fondo la Revolución Rusa y algo tenía que ver Chile. No me adelantó más.
Hace un par de meses recibí por correo el primer tomo de la novela “Las Heridas Suelen Sangrar (Раны Часто Кровоточат)”, publicada en 2022 por editorial Taburete. Tenía en mis manos la obra de mi amigo Alejandro, con una dedicatoria que recordaba nuestras conversaciones en Moscú.
Escribir sobre Rusia desde Chile es un desafío mayor, y hacerlo sobre su historia y geografía como telón de fondo para una novela histórica es una empresa aún más compleja. De ahí la importancia de la novela de Alejandro Tello en la literatura chilena contemporánea; la saca de los tópicos de siempre, transportándola a otros lugares.
Al ser una novela histórica y con personajes propios del país eslavo, el autor muestra su profundo conocimiento de la historia, geografía e idiosincrasia rusa de inicios del siglo pasado, un aporte que se valora en momentos en que la literatura abandonó ciertos cánones de escritura.
Uno de los puntos a destacar de la novela es, por ejemplo, que uno no necesita conocer Riga (actualmente la capital de Letonia) para entender la novela, porque el relato nos lleva a las calles de la ciudad, a su centro histórico y a lugares que incluso hoy, más de un siglo después, permanecen ahí.
No soy versado en novelas históricas o bélicas de la literatura rusa, solo he leído unas cuantas. No obstante, al leer el libro de Alejandro sentía que había mucha influencia de esas muy pocas novelas leídas; al pasar de las páginas ahí aparecían referenciados explícitamente “Miguel Strogoff” o “Un héroe de nuestro tiempo”. Mi amigo novelista no tiene problemas en reconocer y homenajear a escritores de otras épocas.
En la mitad del libro aparece Chile. Alejandro cumplió lo que me dijo en Moscú; La novela estará vinculada con nuestro país. Ya no se mencionan los samovares, dachas o mujiks, ahora aparecen palabras como “cogotiarlos”, “chiquillos” o “achaques”. Es un corto capítulo que habla sobre una bailarina rusa en Chile, en una novela que algo nos quiere contar sobre un punto de unión entre lo que estaba pasando en Rusia y Chile. La lectura, así, se convierte en un camino para revelar la trama, que el primer tomo aún no la mostrará por completo, aunque la portada del libro entrega algunas luces.
Terminamos de cenar en un Mu-Mu, a un costado del Kremlin. Conversamos de Chile, de Corvalán, Víctor Jara y esos chilenos famosos en la Unión Soviética. También hablamos -o, mejor dicho, susurramos en jerga chilena- sobre la tiranía que en ese tiempo ya cumplía cinco años de infame invasión a Ucrania.
Veníamos de un Chile pre revolucionario, lo que vino después también marcó a Alejandro y él lo plasmó al finalizar su obra. Solo queda esperar la edición de los próximos tomos. Mientras tanto, usted lea esta primera entrega.