En el año 1997 el presidente de Kazajistán, Nursultán Nazarbáyev, cambió la capital de Kazajistán, Almaty. Refundó una pequeña y antigua ciudad en la estepa kazaja y la llamó “Astaná” (“ciudad capital” en kazajo). Fue concebida como una ciudad futurista, postmoderna, una metrópolis que fuera el punto de encuentro de las religiones y foco de paz del mundo.
Hoy la ciudad tiene un nuevo nombre, Nursultán, en honor al autócrata presidente que gobernó Kazajistán desde la caída de la URSS hasta 2019. El culto a la personalidad en Kazajistán se siente: hay parques, museos y monumentos dedicados a él.
Desde el aeropuerto al centro de la ciudad hay 18 kilómetros, el taxi me cobró 3200 pesos chilenos en abril de 2022. Asombran los edificios, diseñados por afamados arquitectos. Entre ellos destaca el nombre de Norman Foster.
Me dirigí a la explanada que conecta el palacio presidencial con los edificios de algunos ministerios. He estado en varias capitales, en prepandemia, pandemia y post pandemia, y en todo momento he visto muchos funcionarios caminando por las calles, pero jamás me he topado con lo que vi en Nursultán: Nadie caminando en el centro cívico.
Subí a la torre Bayterek, el ícono de la ciudad y una especie de museo donde hay solo dos objetos, uno de ellos es la horma de la mano de Nursultán Nazarbáyev en un triángulo dorado. Yo era el único visitante del lugar.
Luego, en la plaza bajo la torre tomé un bus de citytour, de esos que van recorriendo la ciudad y contando la historia de los lugares. Me costó unos 3000 pesos. También fui el único en el bus durante todo el circuito.
Me bajé cerca del Museo Nacional. Ya era hora de almuerzo y fui a una recomendación de Google para almorzar. Era un supermercado que tenía una parte de venta de comida, justo al frente de un conjunto de edificios que podrían ser oficinas o viviendas, y ahí las góndolas solo tenían una o dos existencias de cada producto. Nunca he estado en Corea del Norte o Venezuela, pero me imagino que así deben lucir los supermercados en esos países.
Cerca de donde almorcé estaba el “Palacio de la Paz y la Reconciliación”, una pirámide de casi 80 metros de alto. El lugar es el punto de encuentro donde se realiza la reunión trianual de líderes religiosos del mundo, además de ser un museo donde se exhibe la historia del país y también temas religiosos del mundo. Llegué justo a tiempo antes de que comenzara la visita guiada: Yo era el único turista en ese momento.
Si haber sido el único visitante en tres lugares ya era bastante extraño, esto fue superado cuando quise visitar la Biblioteca Nacional, una especie de nave espacial apuntando al cielo, y que estaba cerrada porque “ahí no hay nada que se pueda ver”, como me dijo un militar que custodiaba el edificio. Si algún día Elon Musk logra llevar colonos a Marte o a la Luna, creo que las ciudades se parecerán a Astaná.