En el año 988 D.C., el príncipe Volodímir I de Kyiv se convirtió al cristianismo, y de esta forma Ucrania ingresaba a la tradición cristiana, hito que no sólo tuvo implicancias respecto de la religión sino también en cuanto a su cultura en general. Son más de mil años de cristiandad en esta parte de Europa.
En la perspectiva del académico chileno Jaime Antúnez Aldunate, Ucrania es “uno de los pueblos más religiosos de Europa”, según lo plasmara en su libro “El comienzo de la Historia” (Ed. Patris, 1992); y así, tres décadas después que él recorriera estos mismos lugares y con una invasión a gran escala que lleva casi un año y medio, es posible corroborar aquella afirmación.
Se debe entender que la vida queda trastocada en un país invadido, las familias se separan; unos se refugian en el extranjero, otros van al frente de batalla y millones se quedan en las ciudades intentando lidiar con la realidad, por eso es que toma importancia la religión.
En Lviv las iglesias están repletas, altoparlantes en sus paredes exteriores retransmiten la liturgia; las personas que no encuentran espacio en el interior, escuchan en las afueras. Esta escena se repite en varios lugares. Unos días más tarde, al salir del país, también volveré a ver iglesias desbordadas en los poblados por donde pasará el bus. Ucrania se une en la religión, tal como en la época del comunismo soviético cuando creer en Dios era un delito.
Pero esto no es de ahora. En mi primer viaje por estas tierras, hace cuatro años, pude apreciar cómo en ellas se disponían imágenes de soldados y civiles víctimas de la invasión en Donbás. Esas fotografías se mantienen y se complementan, trágicamente, con los muertos de la reciente invasión.
Creyentes de varias denominaciones y también no creyentes protestan afuera del Monasterio de las Cuevas de Kyiv para exigir la salida de los monjes ortodoxos rusos. En el régimen de moscovia no hay separación -en los hechos- entre Iglesia y Estado, razón por la cual el gobierno ucraniano les ordenó a los monjes abandonar el monasterio. Ya estando en Kyiv, al pasar por el lugar, me acerqué curioso a dicha manifestación.
Más allá de las denominaciones o de las creencias, lo que une a estas personas que protestan es su compromiso por el país en el que viven, el cual lucha por mantener su integridad territorial y nacional.
Vuelvo al libro de Antúnez. Un párrafo escrito hace más de treinta años es perfecto para entender la religiosidad de este Estado-nación en un contexto de invasión como el actual: “Las tendencias dominantes en la mayoría de la población ucraniana apuntan más bien al rescate de la lengua y una religiosidad propias, como afirmación de su cultura y tradiciones agobiadas hasta hace poco por el peso de distintas maneras de represión”.
Los habitantes de Ucrania han sufrido los peores regímenes de Europa en el último siglo, pero no se han rendido; rendirse es una palabra que no existe en el vocabulario de los ucranianos.