Las dos veces anteriores que visité Polonia lo había hecho en tiempos de paz y en invierno. Ahora llegué a Varsovia en primavera y en época de guerra. La estación central de trenes de Varsovia, Warszawa Centralna, lucía totalmente distinta, acá la guerra se siente.
Los letreros ya no estaban solo en polaco, ahora todo era azul y amarillo, el ucraniano estaba por todas partes. En medio de la estación había un letrero que indicaba que Polonia era un país acogedor en las otras ciudades, que vivir en ellas podía ser incluso mejor que hacerlo en Varsovia. A la salida de la estación, por el lado de la calle Jerozolimskie había una tienda de campaña a cargo de personal militar, era la respuesta humanitaria a la crisis migratoria derivada de la invasión rusa a Ucrania. El semblante de los refugiados ucranianos demostraba angustia, había confusión en sus miradas.
Dejé las maletas en el departamento que conseguí a pocas cuadras del lugar y me dirigí al barrio Praga. Crucé por el parque Praski, un lugar lleno de niños jugando, me llamó mucho la atención: en Chile solo se ven personas paseando a sus mascotas en los parques, acá en Polonia los niños copan los juegos. Averiguo y son solo niños refugiados ucranianos.
Según el ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados), 5.25 millones de ucranianos cruzaron la frontera hacia Polonia desde que comenzó la guerra el 24 de febrero, y de ellos 1.3 millones aún permanecen en el país como refugiados. Polonia ha demostrado tener solidaridad con el pueblo ucraniano.
En agosto de 2008, en el momento en que el régimen de Putin invadía Georgia, el entonces presidente de Polonia, fallecido en 2010, Lech Kaczyński, denunció sin temor al imperialismo ruso: “Hoy [es] Georgia, mañana Ucrania, pasado mañana, los Estados bálticos y más tarde, quizás, llegue el momento de mi país, Polonia”. Los polacos saben que pueden ser los próximos, la solidaridad no es casualidad.
Sigo mi recorrido. Paso por una de las primeras capitales del país, Gniezno. La ciudad no tiene más de 80.000 habitantes, su centro histórico es bastante tranquilo y amable. Ahí me encuentro con mi amiga Magdalena. Me cuenta de los miedos que tiene de la guerra, lo que ella ve hoy se lo contaba su abuela. Ella piensa que la guerra puede traer una hambruna.
Rodear a Ucrania y Rusia en estos tiempos turbulentos trae relatos como esos, que en Chile solo se leen en libros; en esta parte de Europa se viven. Tomo el tren con destino a Gdansk, veo la misma escena que vi en un tren en Estonia y que veré unos días más adelante en Chequia: personas que suben gratis mostrando el pasaporte azul ucraniano. Los miro, intento descifrar qué hablan, se mezclan en mi mente el poco ruso que sé con el polaco aprendido durante el encierro forzado que sufrí en 2020. Solo reconozco palabras sueltas.
Estas son mis primeras impresiones en esta Polonia bajo amenaza. El tren a Gdansk avanza, en el campo ya se ve la primavera.