El día después del plebiscito es un momento que, según quien lo mire, tiene distintas interpretaciones sobre cuál debiese ser el camino a seguir. Independiente del resultado -ya sea gane el Apruebo o el Rechazo- creo que es importante que nos hagamos las mismas preguntas que nos hicimos el 19 de octubre: ¿Qué pasó? ¿Qué herida debemos resolver? ¿El camino recorrido cooperó en su solución?
Los hechos ocurridos en octubre de 2019 se producen por múltiples factores: frustración por la falta de oportunidades luego del paso por la Educación Superior, un mercado laboral impactado por una economía desacelerada, precariedad en áreas como educación, salud, y pensiones, deterioro institucional a partir de casos de abuso desde el Estado, la Iglesia y las empresas; y, así, podríamos entregar una lista interminable de motivaciones que derivaron en el 18-O.
Sin embargo, existe una razón transversal que, si bien no es desencadenante principal, creo que colaboraría en promover un país más cohesionado: la revalorización del entorno como un espacio de encuentro entre las comunidades. Durante el último tiempo, esto se ha producido por razones funcionales (ir al trabajo, al banco, al supermercado o un trámite en algún organismo estatal), lo que difumina el sentido de comunidad (solo supeditada a encontrarse en situaciones de estrés) y, a la vez, disminuye el apego hacia el espacio público como algo propio y digno de ser cuidado y cultivado.
Que esto ocurra requiere de un esfuerzo de actores del gobierno central y local, sociedad civil, sector privado y las mismas comunidades. Algunas ideas. Los primeros, desarrollando políticas con impacto directo en las comunidades; los segundos, a través del establecimiento de redes de apoyo en las unidades más básicas de cada territorio; los terceros, con acciones que incorporen de forma sostenible a las comunidades en sus cadenas de valor productivo; y, los últimos, a partir de la cooperación para identificar y solucionar de manera eficaz los problemas que surjan en su entorno.
Esta mirada colaborativa debe ir de la mano del aumento de la participación de las personas en la toma de decisiones, agregando valor a las interacciones entre estos actores, factor determinante en el desarrollo de un sistema social saludable y duradero. Para esto también es relevante contar con un marco normativo que propicie políticas más inclusivas, en las que estos encuentros se produzcan en establecimientos educativos, de salud y lugares de recreación como parques y barrios, en Santiago y en regiones, independiente del origen, estatus y capacidades de las personas que participen en ellos.
Por eso será importante el 5 de septiembre, porque deberemos analizar si el camino recorrido desde el 18 de octubre hasta el 4 de septiembre nos ha permitido superar algo más profundo que la redacción de un nuevo texto constitucional: definir bajo qué condiciones los chilenos nos sentiremos miembros de una misma comunidad. Por el momento pareciera que, gane la opción Apruebo o Rechazo, este proceso aún está pendiente y el día después del plebiscito aún tendremos preguntas sin responder.