Durante la semana pasada se viralizaron dos videos: en el primero, se veía cómo comerciantes ambulantes atacaban a funcionarios de la Municipalidad de Santiago en plena Plaza de Armas, intentando recuperar violentamente productos que les habían sido requisados; en el segundo, dos niños amenazaban con cuchillos a otras personas en la mitad del Paseo Ahumada, a vista y paciencia de quienes a esa hora circulaban por la calle peatonal.
Esta es una pequeña muestra de cómo grupos particulares se han ido adueñando del espacio público, algo que ocurre cada vez más en Chile. Así como los comerciantes del centro de Santiago, los delincuentes en las calles o el narco en las poblaciones han ido progresivamente capturando y ocupando monopólicamente espacios que por definición les pertenecen a todos.
Cuando hablamos de espacio público, en primer lugar, nos referimos a una dimensión intangible que lo reconoce como una esfera de discusión política y social. En segundo lugar, hablamos de una dimensión espacial que describe la suma de condiciones que hacen “público” un espacio particular. Combinando ambas dimensiones, UN-Habitat lo define como un área multifuncional que permite la interacción social y el intercambio económico y cultural entre una amplia diversidad de personas.
La discusión sobre el aprovechamiento de los espacios públicos no es reciente y no solo en el centro de Santiago se ha visto una constante degradación. Por años el disfrute de estos espacios no ha sido igualitario, existiendo diferencias en sus diseños, mantención, e incluso en las actividades que se desarrollan en estos. Sin embargo, no basta con que haya más espacios públicos: la verdadera integración social se dará en la medida que estos se vuelvan deseados para los actuales o potenciales usuarios que interactúan o podrían interactuar en estos espacios.
Bajo esta premisa, ni los narcos en las poblaciones, ni los delincuentes en las calles, ni los comerciantes ambulantes hacen del espacio público un lugar deseado para quienes conviven en él. Para erradicar a este tipo de usuarios indeseados se deben tomar muchas acciones, pero, en primer lugar, nos debemos preguntar qué es lo que ha ocurrido para que ciertos grupos se sientan con el derecho y la autoridad de ocupar y monopolizar un espacio que les pertenece a todos. Una arista relevante es la inacción.
La inacción ha permitido que a través de los años los espacios sean monopolizados, que se diluyan responsabilidades y que los problemas de todos finalmente terminen siendo de nadie. Así, en la medida que la autoridad nacional y local, las fuerzas de orden, los grupos de interés y las comunidades dan un paso atrás, grupos organizados y con poder avanzan. En la medida que un espacio queda abandonado, incluso a la fuerza otros se organizan para ocuparlo.
Es por lo anterior que, lejos de las mafias y de los grupos delictuales organizados, la autoridad debe dar un golpe de timón y de una vez por todas trabajar para restituir espacios que por definición están diseñados para el disfrute de todos.