La filosofía en Chile está relativamente olvidada. Salvo Andrés Bello –aunque no tanto en filosofía, sino en su labor jurídica y política- y los trabajos en torno a Jorge Millas, nadie se acuerda de algún filósofo chileno relevante, aunque ha habido muchos y de notable impacto. Sin embargo, con en el tiempo, han aparecido autores que han reivindicado la importancia del pensamiento elaborado en nuestros propios términos. No hay detrás de ello, por supuesto, un prurito chauvinista o ultranacionalista, sino un vislumbrar, un sentir o sospechar-y estoy seguro de interpretar a Ugalde en esto- de que hay mayor riqueza en nuestro pensar que aquella que deja ver la idiosincrasia literaria, el habitué intelectualoide de los bares, acostumbrada a desdeñar de lo propio y a vanagloriar lo externo. Las letras nacionales, e incluso el chileno mismo, como señala Jenaro Prieto –otro olvidado- en “El socio” (1928), sufre de apocamiento y se planta ante la vida del pensamiento desde la visión del pequeño David que mira a los gigantes Goliats de fuera, demasiado hacia afuera, olvidando el cuidado del jardín propio. Y es así como uno, gracias a ese impulso de algunos de no dejar las letras filosóficas nacionales en el olvido, se encuentra con el maravilloso libro “José Victorino Lastarria: Un pensador de la libertad” (2023), del filósofo y académico chileno, Benjamín Ugalde, profesor de la Universidad de Chile, obra con pretensiones altísimas –y plenamente justificadas, por cierto- en torno al rescate del pensamiento de uno de los pensadores chilenos de mayor influencia en Hispanoamérica y que logró reivindicar, con mesura y el porte debido, las ideas liberales durante el siglo XIX.
En este ensayo partiré atendiendo a las circunstancias del filósofo en comento, para irme, luego, hacia aspectos más profundos de su pensamiento, con la idea de exaltar la relevancia que el pensamiento de Lastarria me merece como lector que soy de gran parte de su obra.
En un comienzo, debemos destacar el trabajo de Benjamín Ugalde, el cual, sin lugar a dudas, es notable, porque no solo rescata a Lastarria de un ignominioso olvido, sino también de la ignorancia académica que ha reportado siempre un desdén deleznable a la figura de Lastarria: desde una pseudo lectura profunda de Bernardo Subercaseaux, hasta las interpretaciones mañosas de Iván Jaksic -quien parece no ocultar un afán por aminorar el porte del rancagüino, no sea que Andrés Bello se vea desmejorado-, todas han tendido a la maledicencia y al comentario facilista sobre un autor que es mucho más profundo de lo que pretenden, pero cuya impronta no les acomoda, pues, sea la verdad dicha, Lastarria siempre fue no solo incomprendido, sino hasta odiado por los termocéfalos de siempre, desde todos los espectros políticos, transversalmente. Cuando no se entiende a un autor o no es cómodo su trato por su rebeldía hacia el orden establecido, solo queda ignorarlo o destruirlo, y es lo segundo lo que se hizo con el rancagüino. Por este hecho histórico evidente, en consecuencia, es tan importante lo hecho por Ugalde: un honroso rescate del pensamiento de un filósofo que nos otorga muchas herramientas intelectuales que nos ayudan a entender nuestra actualidad nacional, e incluso internacional. Y es que quien conoce al filósofo, quien ha pasado por las páginas de su opera magna “Lecciones de política positiva” (1874), o ha saboreado los entretelones literarios que nos confía Lastarria en “Recuerdos literarios” (1878), sabe que su impacto fue enorme, incluso más allá de la Cordillera. Sus obras fueron leídas en toda América, lugar al cual dedica uno de sus libros, tratando de comprender la suerte de estas tierras y los problemas aparejados a su naturaleza histórica y política. Realidad, esta, que comparte nuestro país, y que tempranamente logró pispar cuando Andrés Bello, otrora rector de la Universidad de Chile, le encomienda la primera memoria histórica de la universidad (“Investigaciones sobre la influencia social de la conquista y del sistema colonial de los españoles en Chile”, 1844), la cual dedica Lastarria al análisis, quizá demasiado temprano y, por ello, un poco ingenuo, del legado histórico del proceso colonial o de Indias en el país. Observará, entonces, el rancagüino, que Chile es una nación que nació de la guerra y que, en sus bases, resume el hálito putrefacto del orden anterior, del ancien régime imperial, el cual, según él, es resguardado por ciertos sectores políticos ávidos de proteger sus privilegios. Según Ugalde, tomándose de las disquisiciones de Lastarria:
“(…) en el naciente Chile existía una escasa conciencia de la necesidad de un gobierno limitado y democrático representativo que superara, mediante el progreso nacional, la época recién concluida y aún amenazante de la colonia y del gobierno todopoderoso de la monarquía” (Ugalde, 2024: pos. 176-179).
Sin embargo, ese discurso furibundo, de su temprana época de juventud – período muy bien reseñado por Ugalde-, en todo caso, irá cambiando con el tiempo, moderándose, aunque se le asocie, normalmente, con socialistas utópicos como Francisco Bilbao o Santiago Arcos; en cambio, lo que siempre permanecerá en él, aquello que no sufrirá modificaciones, es la búsqueda de la consagración definitiva, contra viento y marea, o, más bien, contra Portales y cía., del régimen pleno de la libertad:
“(…) las simpatías del joven Lastarria por la libertad (…) revela con bastante nitidez los orígenes de una preocupación que le acompañará toda su vida, a saber: cuáles son los fundamentos filosóficos, morales y políticos de una sociedad libre” (Ugalde, 2024: pos. 112-114).
Por eso sus estudios sobre el derecho público, la educación, de la situación americana, sus obras literarias –quizá el único “pero” que podría esbozar al estudio de Ugalde, quien las soslaya totalmente- o las reformas que llevará a cabo como diputado de la nación, siempre irán en demanda del reconocimiento de mayores espacios de autonomía, de derechos y libertades de sus conciudadanos, y de las condiciones sociales, políticas y culturales que se necesitarían para lograr la “Semecracia”. Este concepto, bisagra de todo el sistema lastarriano, exigirá menos concentración del poder, aumentar la relevancia de los gobiernos locales, del federalismo, y de las consiguientes libertades civiles y políticas que hacen a un ciudadano realmente tener el poder de “gobernarse a sí mismo”. Bajo el influjo de este alto ideal, Lastarria no dudará, ni por un segundo, en criticar a aquellos que asocia como un obstáculo a estas pretensiones más libertarias, especialmente, a los individuos que creen exigir libertad cuando, en realidad, aumentan la intervención del poder, así como contra aquellos que, por determinadas razones, aseveran no estamos preparados para ejercerla. Ugalde apunta:
“(…) para el rancagüino esta situación precaria en la que se encuentra Hispanoamérica tiene una explicación: nuestra escasa comprensión y valoración de la libertad, de sus múltiples alcances sociales, políticos, económicos y culturales; de lo que ella significa para el ser humano, para el desarrollo de todas sus facultades, potencialidades y, en definitiva, para su felicidad” (Ugalde, 2024: pos. 241-244).
Es decir, en la consecución de la libertad, en su concreción definitiva, está la llave de todo el sistema político semecrático y, por ende, el único plenamente legítimo.
Por todo esto es que el trabajo de Benjamín Ugalde, aunque recordando toda la impostura que provocaba el pensamiento de este filósofo, a la vez, logra ilustrar su poderoso espíritu y el compromiso que el rancagüino tenía con lograr una libertad para todos sus coetáneos americanos. Por eso, intentará dibujar a través de cuatro obras importantes del filósofo, a saber: “Investigaciones sobre la influencia de la conquista y del sistema colonial de los españoles en Chile” (1844); “Historia constitucional de medio siglo” (1853); “La América” (1865) y; “Lecciones de política positiva” (1874), el perfil del filósofo, refrendando con ello el vínculo personalísimo que tenía Lastarria con la libertad, pero, a su vez, logrando profundizar sobre todos los aspectos que interesaron al rancagüino: desde los orígenes del liberalismo, hasta la espontaneidad social; desde las reflexiones tempranas de la economía libre a las relaciones entre el derecho y la moral; pasando por lo relevante que es la educación y la religión en su pensamiento. Es que Lastarria es un filósofo y, como tal, le interesa el Ser en sí, es decir, parafraseando a uno de sus maestros, todas las verdades del Ser que se expresan en la vida y que, tarde o temprano, se tocarán en el piélago del Universo.
«José Victorino Lastarria: un pensador de la libertad», Benjamín Ugalde Rother, Ediciones Democracia y Libertad, 2023. Disponible aquí