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El valor de la experiencia: la literatura de Ampuero

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La Literatura, en general, siempre es una dimensión en la cual uno puede encontrarse a sí mismo. La indagación sobre uno inicia donde podemos hallar las letras. Y esto es porque, primeramente, todo comenzó por medio del habla. Los primeros atisbos de conocimiento, de sabiduría –si podemos ocupar ese concepto en este contexto- se transmitieron por medio de esos símbolos que llamamos “letras”. En el decir nos revelábamos, y se nos mostraban los demás, y el lenguaje, es decir, en la expresión complejizada, sistemática, del uso y concordancia de esas letras, están los límites de nuestro propio pensamiento, diría el filósofo austríaco, Ludwig Wittgenstein[1]. De ahí que hayamos intentado, una y otra vez, contarnos, decirnos, el expresar nuestro pasado, nuestra historia, por medio del habla simbólico que nos permiten las letras. No obstante aquello, en más de alguna ocasión nos hemos encontrado con ciertos personajes que nos detienen aprensivamente para que reflexionemos sobre el hecho, para ellos ineludible, de que nadie aprende de la experiencia ajena. El escritor chileno Jorge Edwards, conocido por su libro sobre el periodista y pensador Joaquín Edwards Bello[2], así como por su condición de persona non grata en Cuba -título de su libro en que nos cuenta sus pasos como diplomático en La Habana[3]-, en varios artículos expresa esta inquietud, sino aseveración, pesimista, sin duda alguna, de que no podemos reemplazar la experiencia vivida con nuestros relatos, y más vale dejar de perder el tiempo en estos intentos vanos.

Con todo, me parece que sí existen determinados autores que, por su capacidad o magia, son capaces no solo de contar historias, sino de transmitir el fuego, el frío, la tribulación, el enojo o el éxito de aquellos que emprendieron, o aquello que vivenciaron, para bien o para mal, en pos de la riqueza de las próximas generaciones quienes, leyéndolos, pueden palpar esa experiencia y hacerla suya. Es el caso de Roberto Ampuero, exembajador y exministro, así como escritor chileno, especialmente conocido por su famoso libro El último tango de Salvador Allende (2012).

En lo que sigue, intentaré un ejercicio comparativo entre El caso Neruda (2012) y Demonio (2021), en el que se hará evidente cómo uno de sus personajes más entrañables, Cayetano Brulé, es capaz de ir adquiriendo esa rica experiencia y aprendizaje, pero, a su vez, quisiera ilustrar por medio de él que nosotros debiésemos tener en suma cuenta este asunto del aprendizaje de la vivencia, puesto que hoy somos incapaces de transmitir suficientemente lo vivido generacionalmente, de tal manera de hacer patente los atolladeros a los que nos pueden conducir consignas de izquierda que no se sostienen jamás de la experiencia vivida, sino en la mera ficción que se quiere hacer pasar por realidad. El relato que podemos construir en la derecha a partir de lo vivido o experimentado es mucho más poderoso que el mero argumento[4], y espero que este ensayo, así como el llamado que hago a la lectura de la obra poderosamente vital de Ampuero, sea un punto de partida para comunicar de manera efectiva ese “relato perdido” que algunos creen encontrar en la historia que la izquierda cuenta y que, sin embargo, lo llevamos en la piel.

Debemos partir, entonces, comprendiendo de modo básico lo que se entiende por aprendizaje. A pesar de todos los cambios que se han proferido en las aulas, y la enfermedad llamada “innovación” que muchos quieren introducir en ellas, la verdad sea dicha, aprendizaje, en término muy simples, se conecta con la idea del cambio. Los psicólogos Ernest Hilgard y Donald Marquis plantearon hace mucho (1968) lo que revela suficientemente si se ha aprendido o no: el cambio de actitud que puede tener una persona. Por supuesto, la concepción sobre los mecanismos que producen efectivamente el aprendizaje ha sido discutida. De la escuela conductista de Hilgard y Marquis avanzamos hacia los alegatos de Fernando Savater (2015), quien espetaría, siguiendo en esto a Kant[5], que el aprendizaje incorpora elementos imitativos; con todo, la evidencia, es decir, el hecho que revela, sea esto incorporado por medio de un estímulo meramente ambiental o por medio de una construcción simbólica estimulada por nuestra interacción con los demás, es el cambio de actitud, el hacer patente que se piensa y actúa de un modo distinto al que se hacía con anterioridad.

Esta noción de aprendizaje –más allá de la discusión evidente que podría ejercitarse en torno- es la que se hace evidente en la actitud, las visiones, los pensamientos del detective Cayetano Brulé en las historias de Ampuero. Este personaje forma parte de las historias policiacas o de estilo “novela negra” –aunque no tan circunscrito a ese tipo- que Ampuero ha relatado a lo largo de su larga carrera literaria. De origen cubano, llega desde Miami a Chile por amor, siguiendo a su novia, Ángela Undurraga, una burguesa con sentimientos de culpa que necesita volver a Chile para formar parte de la revolución “con empanadas y vino tinto” del presidente Allende. En El caso Neruda (2012), se nos revela que Brulé nunca tuvo preparación alguna para ser detective, salvo algunas lecturas de novelas que le recomendaría el poeta chileno Pablo Neruda, a quien conoce en una fiesta en La Sebastiana, casa del literato chileno ubicada en Valparaíso, por medio de su novia ya mencionada. Por esas casualidades que solo encuentran sentido en la intuición genial o en los errores magnánimos, Neruda piensa que este cubano podría ayudarle con un encargo: buscar a su presunta hija perdida. Por supuesto, este objetivo no le será revelado a Cayetano hasta que haya encontrado pruebas del paradero de un médico mexicano, amigo del poeta, quien resultaría ser el esposo de Beatriz, la madre de esta hija, Tina, a quien el poeta busca con desesperación, pues intuye su propia muerte. Así, Brulé viaja desde Santiago de Chile a Ciudad de México, solo para enterarse que dicho médico podría estar en Cuba, su tierra natal y a la cual, en principio, no quiere volver. Sin embargo, el cariño que le empieza a tomar a Neruda lo empuja a seguir en su búsqueda, aunque va intuyendo que el autor del Canto General oculta algo. Ya en Cuba habla con Heberto Padilla, el poeta censurado, quien le ayuda a averiguar el paradero de Beatriz, mujer de Neruda que se habría cambiado el nombre y de país: la RDA de Honecker. Tras el muro, y gracias a la ayuda de varias personas, incluida una fugaz amante, se revelará no solo que la Stasi[6] (policía política de la RDA) conoce todos sus pasos, sino también agentes del ejército chileno, de quienes sabe, por boca de su exmujer, Ángela, planean o estarían preparados para dar el Golpe que derrocaría a Allende. Además, sabrá que Tina existe, es actriz teatral, con fuertes conexiones en la Alemania comunista, y que su madre se habría ido a Bolivia. Entonces, Brulé sigue las huellas de Beatriz hasta tierras paceñas para enterarse que esta mujer se habría retirado hace tiempo de Sucre, hacia Chile. A la vuelta, Cayetano se encuentra apesadumbrado por la situación en Chile, abomina de las disyuntivas políticas violentas que tienen al país al borde de una guerra civil, y solo quiere llegar pronto ante Neruda. De repente, aparece Beatriz, quien le llevará a Valparaíso, no sin antes revelarle, aunque no de manera concreta, aunque sí convincente, que Tina es efectivamente la hija de Neruda. Cayetano, muy contento, quiere ir hasta Isla Negra para contarle al poeta la revelación, sin embargo, el pronunciamiento militar ya está en marcha y no puede concretar su arribo a la casa del poeta mujeriego. Los militares lo detienen durante el toque de queda y lo llevan a Puchuncaví. Allí pasará unas semanas, antes de poder enterarse que Matilde, la última mujer de Neruda, se lo ha llevado a Santiago para atender a su salud ya deteriorada. Llegando a la capital, logra encontrar al poeta, pero lo haya muerto. Llora ante su cadáver y, besándole en la frente, deja una foto de Beatriz y Tina en el bolsillo de la chaqueta con la que se encontraba Neruda. Durante el cortejo de la despedida del poeta comunista, gritará junto a los compañeros de partido de Neruda sus consignas, llorará desconsolado, y se arrepentirá de no haberle podido contar la verdad, y agradecerá de por vida que haya sido Pablo quien lo haya creado y otorgado su amistad.

En este escenario, del primer caso del detective, en que Cayetano recién está haciendo sus primeras armas, nos encontramos con un Brulé aún susceptible de ser moldeado en su inclinación política. El cubano, apenas arribado a nuestro país, descree de la utopía izquierdista, asoma más claro en un principio su incredulidad y un espíritu más realista, concreto, incluso pragmático a la hora de buscarse la vida. Su separación de Ángela, quien se iría a Cuba para prepararse militarmente para enfrentar la intervención que se creía posible de ocurrir, refuerza su predisposición a no comprometerse con grandes causas. Sin embargo, el vínculo con el poeta lo cambiará todo. Entonces, abrazará aparentemente el comunismo, apreciará la búsqueda del socialismo por “vías democráticas”, admirará a Neruda, más allá de sus cuestionamientos a su comportamiento licencioso y bohemio, y apoyará el intento de Allende por instaurar el socialismo, a quien conocerá en una reunión improvisada entre este y el poeta en La Sebastiana. Todo quedará más claro cuando, en medio de la multitud que despedía a Neruda, gritará, ante el cántico comunista: “Compañero, Pablo Neruda…Presente, ahora y siempre”. Con todo, Cayetano aprende, cambia sus posturas, y ello se revelará durante el “estallido” de 2019.

     Es el Valparaíso de siempre, pero en medio de las protestas más encarnizadas que se haya tenido memoria. Y todo comienza con un asesinato perpetrado en los cerros de la ciudad: el pintor Edmundo Galaz Expósito. De esto se entera Cayetano por medio de Amaya Bengoa, hermosa mujer quien compartía amoríos infantiles con el pintor, y que le seguía la huella. A partir de aquí, el detective se ayudará por medio de un viejo amigo de la PDI, exfuncionario, “El Escorpión”, para ir desanudando la madeja de un grupo terrorista llamado “Pentarquía”, que estaría tras la muerte no solo de Edmundo, sino también de otros miembros potencialmente peligrosos para sus objetivos, dentro de los cuales estarían incendiar las iglesias de Chiloé, envenenar el agua potable de San Pedro de Atacama, sustraer documentos históricos, derribar un avión militar y asaltar el Congreso Nacional para dar el golpe final que el lumpen y los antisociales estarían perpetrando contra el gobierno de Sebastián Piñera[7]. El camino estará lleno de obstáculos, especialmente por la inseguridad que se había instalado durante la insurrección de octubre de ese año 2019 fatídico. Desde sus breves excursiones hacia las cercanías del Congreso y la plaza Aníbal Pinto, en las que se entrevista con la comandante Marcia, y en Playa Ancha, en la que sufre de primera mano “el que baila pasa”, tras lo cual conversa con un profesor de la universidad que le atestigua las conexiones que existirían entre estas “manifestaciones” y agrupaciones de inspiración comunista y/o anarquista, hasta sus excursiones al departamento del artista fenecido, o en el Parque Forestal, y la muerte de otro miembro de la agrupación en el metro, todo apunta a ir revelando aquello de lo cual Cayetano se convence, y de lo que todo hombre de derecha debiese sostener: fue más bien un estallido delictual. Siguen apareciendo los cadáveres, y Cayetano sigue las pistas hasta Europa, en la cual se entrevistará con antiguos miembros del grupo y con expertos detectives, exmilitares y agentes de inteligencia, quienes revelarán que detrás de todo esto estarían las oscuras garras del supuesto presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, en represalia por lo ocurrido en Cúcuta. Como sabemos, en dicho lugar Piñera se atrevió a desafiar a Venezuela, otorgándole legitimidad a Juan Guaidó, participando del evento que llamaba a recomponer la democracia en dicho país. Aquí se da cuenta el detective que todo fue orquestado por la izquierda internacional para que no se pudieran realizar los eventos de la APEC y la COP25, instancias que instalarían a Chile como un definitivo promotor de la democracia mundial y acérrimo enemigo de la decadencia izquierdista en América. Ello no podía ser posible, de modo que el “estallido” comenzó, y fue cooptado, asimismo, por bandas criminales y terroristas para sus planes macabros ya mencionados. Finalmente, de vuelta en Chile, Cayetano logra revelar los objetivos de la agrupación y, en un emocionante encuentro en el monumento de “Las tres sillas”, en Renca, se trenza en un combate a muerte con el “Demonio”, líder de la agrupación, a quien vence definitivamente. En todo el trayecto, Cayetano va aceptando que el país ha perdido el rumbo y que todo se encuentra en manos de fanáticos izquierdistas, el narco y terroristas, nacionales e internacionales, que ven a Chile y su historia como una potencial amenaza.

Es así como empezamos a notar, precisamente, el cambio, es decir, el aprendizaje. Algunos interpretarán este convencimiento de parte de Brulé como una degradación del personaje, y digno de un cuadro histérico (Vergara, 2019); con todo, es el mero fruto de la experiencia, aquella que siempre ha sido amiga de Ampuero, la que provoca esta postura política definitiva, más madura y concienzuda, que toma cuerpo en Brulé. Pasamos de un Cayetano convencido de la causa comunista y socialista que llora al poeta mujeriego y borracho, al detective crítico, capaz de hilar suficientemente fino para identificar las causas de la insurrección de octubre, y que se termina por deslindar en posiciones más derechistas[8]. Estas también se hacen patentes en la pareja de Cayetano, Margarita, quien alude a que solo los militares podían terminar con la anarquía que se presentaba en esos momentos en nuestro país. Cayetano, renuente al principio, de todos modos transa con ella, y terminan juntos después de un breve lapso de ruptura, como entendiendo que solo juntos eran capaces de sobrevivir a este nuevo Chile.

De todos modos, siempre existirán las críticas. Si ya se visualizaba como una degradación las nuevas posiciones de Cayetano inclinadas hacia la derecha, también se hablará de su autor, quien siempre buscaría estar en el seno del poder, lo olfatea, y, por ello, suscribirá este cambio de credenciales políticas (Saleh, 2018). No obstante, en ese sentido, el cambio no opera por interés personal[9], sino por la experiencia que va enriqueciendo la mirada del autor y que, no cabe duda, refleja también el pensamiento del Cayetano ya maduro. Es la vivencia de la degradación política y moral, el convencimiento de que existen mejores modos de plantear las críticas dentro de una sociedad democrática, el ímpetu de tolerancia real en la pluralidad que vive nuestro país, el que empuja al detective –y al autor-, en esa dirección. Pasar por el Chile del 70 y no atestiguar –o, simplemente, cerrar los ojos- a lo ocurrido durante los más de 40 años que separan a su primer caso del último, como un desarrollo, como una evolución que ha aumentado el estándar de vida de los chilenos, que ha sacado a la mayor cantidad de chilenos de la pobreza, o que ha reducido la desigualdad intergeneracional, era imposible para Cayetano[10]. Tampoco lo fue para un Ampuero que conoce las problemáticas de Cuba de primera mano[11], o las obligaciones que comportaba el vivir en la RDA[12]: Chile era libre, o estaba en vías de serlo por completo, pero ello ya no pudo ser. Lo interesante, al fin y al cabo, es que el cambio que opera en Cayetano es el que debiese operar en nosotros, al menos, lo suficiente como para no seguir cometiendo los mismos errores. Como tal, nos dice Ampuero (2021), no todo en política puede operar bajo el manto de las cifras, sino que también debe haber emotividad, y ella se juega en la experiencia, y en nuestra capacidad de otorgarle un relato suficiente para expresarse. Su eterno personaje detectivesco, Cayetano Brulé, vive, experimenta, y cambia. Nosotros podemos leer esa experiencia, palparla, porque contamos con la capacidad de Ampuero para transmitirla, gozarla, y comunicarla. En eso, y no en los fríos números, se juega el traspaso de los aciertos y en evitar los errores intergeneracionales, en los resguardos que nos tomamos, al contarnos como tal, de que nuestras equivocaciones no vuelvan a repetirse. En cambio, dejamos que nuestros hijos fueran formados por los agentes de la izquierda presentes en todo orden y plataforma, quienes estaban prestos a contar la historia de otro modo, ajenos a las experiencias que nos pide visualizar Ampuero, y que son parte del aprendizaje de su detective. El camino para la regeneración del porvenir de Chile y su gente, así como para el nacimiento de una nueva derecha, debiese ser el mismo de Cayetano Brulé: experimentar, juzgar, reflexionar, indagar, acertar. Si no podemos hacerlo por vía experimental, tenemos a Ampuero, todavía, para que nos siga relatando


[1] Esto lo plantea en el Tractatus Logico-Philosophicus, publicado en 1921.   

[2] Edwards (2004).

[3] Edwards (2021).

[4] Quizá esto es lo que llevó a Axel Kaiser a escribir su novela. Véase Kaiser (2023).

[5] Kant (2003).

[6] Policía política durante los tiempos de la existencia de la República Democrática Alemana. Un completo artículo sobre sus operaciones y miembros puede consultarse en Mizrahi (2019).

[7] Hasta ahora, me ha parecido que el mejor análisis sobre ese fenómeno político en particular lo hizo Fernando Villegas (2020).

[8] Parece esto un efecto de la vida, más que de los libros. Le pasó también a Fernando Savater, antes un joven ácrata, quien dice pensar ahora en términos de la derecha. Véase Savater (2024).

[9] Situación bastante dudable, teniendo en cuenta que Ampuero siempre ha tenido un puesto estable en el staff académico en la Universidad de Iowa, donde obtuvo su doctorado.

[10] Estos son aspectos que incluso personeros de izquierda han destacado. Véase Peña (2020).

[11] Ampuero (2014a).

[12] Ampuero (2014b).

Bibliografía:

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Filósofo y Profesor. Máster en Política y Gobierno. Autor del libro “Girar a la derecha. Lineamientos para una reacción del sector” (2021). Miembro de Revista Individuo.

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